Palacio de la Fatalidad

¿Los libros al museo?

Tres singulares libros dieron inicio en 2012 a la editorial Palacio de la Fatalidad en Guadalajara, no solo por tratarse de títulos que por los nombres de sus autores alegrarían la biblioteca de cualquier coleccionista, también por la calidad de su hechura a mano y curaduría. Paranoia de Roberto Piva, Gasolina de Gregory Corso y Droguería de éter y de sombra de Luis Aranha, en un tiraje de treinta ejemplares cada uno, fueron el mascarón de proa de una serie de libros-objeto diseñados, impresos, pegados, cosidos y armados por el artista visual Carlos Maldonado en un proyecto realizado junto con el poeta Sergio Ernesto Ríos, responsable en gran parte de elegir los textos y de las traducciones.

Si bien el nombre de la editorial surgió del encuentro que André Breton tuvo en Guadalajara en la llamada popularmente Casa de los Huesitos, a la que rebautizó como Palacio de la Fatalidad —destruida para dar lugar a la Plaza Tapatía—, en esta ocasión Carlos Maldonado nos comparte especialmente los aspectos visuales y artesanales de una editorial hecha en casa y orientada a la traducción, la poesía latinoamericana reciente, el arte contemporáneo y la intervención de textos. Hoy Palacio de la Fatalidad cuenta con treinta títulos y ha presentado el proceso de hacer un libro a manera de instalación artística en diversos foros, como la Casa-taller José Clemente Orozco y el encuentro de editoriales independientes El Traspatio, en Morelia.

 

 

Desde el inicio el proyecto se ha presentado como artístico, no solo editorial…

Es un proyecto artístico de edición. Surgió para equiparar el trabajo del editor con el del curador en artes visuales. Está pensado más para estar en las galerías, en los museos o en lugares no tan convencionales para un libro. Se presenta como un proyecto visual o una instalación artística.

 

¿Cómo eliges materiales, tipografías y formato en general?

Nos hemos dado a la tarea de buscar textos que permitan la relación del diseño con el contenido, acercarnos a la poesía visual o a un tipo de verso que juegue más con el espacio de la página. Esto da pie a jugar con las tipografías, los estilos, los puntos… y con los papeles. Aunque he tratado de dar unidad al proyecto en cuanto a los materiales, tipos de impresión y hasta formatos, todo parte del texto.

 

 

No hay una maqueta preestablecida…

Hay una línea, con sus variables. Hacerlos a mano y en poco tiraje permite elegir materiales que para una edición comercial serían muy caros. Algunos libros, por el tipo de diseño —solo se imprime por un lado de la hoja—gastan el doble del papel. Son caprichos que permite una edición artesanal y de poco tiraje. También se utilizan diversos tipos de impresión: en algunos casos serigrafía y el resto impresión digital. Casi todos los libros llevan cosido japonés, que es vistoso y exterior. También he adaptado algunas variantes.

 

Aun siendo artista visual no incluyes obra propia en ellos, diseñas las portadas a partir de juegos tipográficos…

Me impuse la regla personal de que fuera un proyecto muy visual, sin tanta imagen en los diseños y las portadas. Parto del diseño editorial minimalista, que juega con la tipografía y el color. Todos los libros, salvo en dos o tres casos, se imprimen a blanco y negro, y el color que aparece es el de los materiales.

 

 

Ha habido casos muy específicos de libros expuestos en museo…

Me han invitado a presentar el proyecto en varias ocasiones, a hablar de su dinámica. A la gente le llama la atención que el proyecto se haga en un lugar tan pequeño. Cualquier persona lo puede hacer en su casa, con una computadora, un buen programa de diseño y una impresora. No porque tengas muchos recursos va a ser mejor el resultado. Aunque a veces sean limitados, hay que hacerlos crecer.

Mucha gente que se ha enterado del proyecto piensa que soy escritor. Ese es el chiste: porque no estoy directamente haciendo textos puedo dedicarme a esto, ver desde otra perspectiva. Una distinta a la de Sergio Ríos, que se mete más en los textos. Si alguien asiste a una librería, se da por sentado que es un lector asiduo, y si se topa con este proyecto en una galería o un museo, es una especie de visitante. Puede que sea lector, pero no esperaba este encuentro.

Mi empeño ha sido que vean al libro también como un objeto artístico. La edición es todo un arte. Y el libro una unidad, un todo. Tan importante es el diseño y el armado del libro, su cuidado, como el texto. El acercamiento me ha interesado desde mi práctica artística. Me gusta la obra de esos autores —no solo los que hacen textos sino de todo tipo— que trabajan el lenguaje desde distintas perspectivas.

¿Este trabajo tuyo con el lenguaje visual es una extensión del lenguaje escrito?

Del lenguaje en general. La idea es hacer libros redondos. Que el contenido esté bien cuidado y también su presentación. Es tan importante el contenido como el contenedor, todo va junto. El arte es una experiencia para todos los sentidos, no solo el visual.

¿Qué proceso de vida esperas o puedes imaginar para los libros que estás haciendo?

He estado donando algunos a proyectos que puedan garantizar cierta permanencia, pero también cierta accesibilidad pública, como una que otra biblioteca muy específica. Y han llegado a estar en una que otra librería, más para consulta que para venta. No hay un plan específico o diseñado. De treinta libros, o en su caso cincuenta, su destino serían treinta o cincuenta personas. Hay que ver a quién llegan. La ventaja de este trabajo artesanal y digital es que en cualquier momento puedes hacer más. La idea es digitalizar todo en una segunda etapa del proyecto: si no se tiene acceso físico al libro, al menos al contenido. Tengo al menos tres ejemplares de cada libro para futuras exposiciones o muestras. Los libros como resultado y como parte del proceso.

 

 

¿Podrías equiparar el libro a un cuadro?

A una obra artística.

¿Artesanal?

A lo mejor toda obra artística lleva su parte artesanal, pero no se queda ahí. Hay obras artesanales muy loables, pero yo las equiparo al resultado de un dominio mecánico, producto de una repetición hasta el cansancio. En el caso de Palacio de la Fatalidad ningún libro queda igual, siempre hay alguna modificación. El que se vayan imprimiendo de a uno a tres ejemplares me ha ido permitiendo modificar el diseño si algo no me convence. No quiero que se pierda esa cualidad personal de cada libro.

Entrevista: Carlos Vicente Castro

Imágenes: cortesía de Palacio de la Fatalidad

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