Un indicio de que Cristina Grappin llegaría a ser una gran arquitecta fue su temprano interés por el arte: de niña disfrutaba pintar y desde los doce comenzó a pensar en intervenir su entorno, imaginando cómo sería su casa al agregarle más pisos y mejorarla. Pese a su creatividad, hasta que terminó la preparatoria supo qué elegir: “Fue una buena decisión. Aparte del apoyo económico siempre tuve la aprobación de mi familia, aunque no tenía parientes en la profesión. Como sabes, no es carrera simple”. Su abuela es su principal heroína, pues “me hizo saber que debía dedicarme a lo que me apasiona sin importar lo que los demás esperen de mí”.
Ya en la universidad, durante sus primeros años: “Estuve encantada, porque muchas materias se enfocaban en lo que me gusta, como el arte y la geometría”. Cristina descubrió que en esta profesión se sentía como pez en el agua. Después de terminar sus estudios, continuó leyendo e investigando sobre arquitectura, sin embargo “la experiencia es lo que más ha ido enriqueciendo mi camino profesional”. También el arte en general ha sido parte de este camino, como lo constata una reciente exposición de talavera en Zona Maco por parte de su firma.
Al comenzar un nuevo proyecto Cristina necesita “ir al lugar, para entenderlo”. También es importante para ella “conocer al cliente, saber qué es lo que le gusta y qué le podría desagradar”, a fin de aterrizarlo desde la fase conceptual del desarrollo. En la actualidad dedica tiempo a varios proyectos no necesariamente arquitectónicos, que en su mayoría involucran al diseño de interioresy al industrial: “Ahora trabajo en la casa para unos amigos que conozco desde que éramos pequeños y acaban de casarse. Es una casa de 1,500 metros cuadrados a las afueras de la Ciudad de México. Fue un verdadero reto porque había muchos árboles en el terreno, con un programa arquitectónico muy extenso. Logramos el diseño sin cortar un solo árbol. Más que un reto, fueron una oportunidad”.
Cristina piensa en nuestra factura pendiente con el medio ambiente: “Debemos diseñar de manera pasiva, con la naturaleza y no sobre ella. El agua es un problema grave en la Ciudad de México, por lo que debemos diseñar en relación al viento, haciendo eficientes las fachadas y creando microclimas con los elementos naturales para optimizar el uso de energía”. Esta filosofía es también una forma armónica de integrar sus propuestas con la urbe: “Si el proyecto tiene una relación positiva con la naturaleza, afectará de la misma manera en la ciudad. Hoy está de moda la arquitectura sustentable, pero es preferible un diseño de conciencia a uno de tendencia”. Considera también que “en el futuro será necesario lograr un sincretismo entre arquitectura y medio ambiente, como lo hacíamos antes con la arquitectura vernácula”.
Al preguntarle sobre el legado que le gustaría dejar a futuras generaciones, Cristina Grappin reflexiona: “Que los usuarios perciban exactamente lo que yo quise transmitir en cada uno de mis proyectos sería mucho pedir. Lo que espero es que mi obra sea sensorial, que transmita emociones, que los usuarios experimenten un impacto al entrar, que sientan paz”.
Entrevista: Ulises Jiménez Ruvalcaba
Imágenes: Jaime Navarro, Roland Halbe y Adlai Pulido, cortesía de Ezequiel Farca + Cristina Grappin
Retrato: Jaime Navarro