Como un encuentro con la luz más allá de lo visual, la obra de Turrell nos invita a explorar la mente a través de la percepción total.
En 1967, James Turrell presentó su primera exposición individual en el Museo de Arte de Pasadena. Originario de Los Ángeles, el artista conocido por su trabajo dentro del movimiento Light and Space, comenzó a experimentar con la luz en su estudio de Santa Mónica, el Hotel Mendota. Al cubrir las ventanas y permitir la entrada de luz exterior en cantidades controladas a través de aperturas, creó sus primeras proyecciones de luz.
Desde sus inicios, aplicó su enfoque a la nada, al no-objeto, a la luz y la percepción solamente. Al ver su trabajo, no estamos llamados a considerar lo que se está iluminando, sino a contemplar la naturaleza de la luz misma: su transparencia u opacidad, su volumen y su color, que a menudo se percibe como cambiante, agregando así un aspecto temporal a la experiencia.
Turrell cierra la brecha entre lo que se percibe y el ser perceptor mientras juega con el acto de verse a sí mismo observando. Entre sus trabajos más icónicos se encuentran el Roden Crater, una de las obras de arte más ambiciosas jamás concebidas. Un trabajo en curso de más de cuarenta años para intervenir un cráter volcánico extinto en Arizona.
A través de la luz, transmite la inmensidad del cosmos dentro del espacio tangible de la experiencia humana. Dentro de la obra de Turrell podemos encontrar dos grandes tipologías: los Skyspaces, habitaciones con aperturas al cielo que permiten la inmediatez de color puro y luz dramatizando la materialización de nuestra propia percepción y los Ganzfelds, que describen el fenómeno de la pérdida total de la percepción de profundidad.
La instalación consiste en rodear a alguien con un campo de visión indeterminado, sin patrones, desenfocado y homogéneo.
Hablar de James Turrell es cambiar todo lo que conocemos acerca de la luz y enfrentarse a un nuevo entendimiento. Actualmente contamos con 4 obras de su autoría en México: Encounter, en el Jardín Botánico de Culiacán; Árbol de Luz en Yucatán; la más reciente, Espíritu de Luz en el Tecnológico de Monterrey, N.L y una pieza de The Elliptical Glass series en la galería LAGO/ALGO en CDMX.
Para comprenderlas mejor, me acerqué personalmente a algunas de estas piezas, empezando por Espíritu de luz. Mi experiencia desde el primer momento fue la sensación de encontrarme en un espacio “sagrado”. Guardas silencio y buscas tu lugar, minutos después, el verdadero encuentro comienza.
La bóveda se pinta de un rojo intenso y, al centro, un óvalo muestra el cielo aún nocturno con la luna y las estrellas. El inicio es enérgico entre tonos morados, verdes, rosas y azules; la bóveda celeste pasa de los grises a verdes y las estrellas se pierden. De pronto, te encuentras en un punto sin retorno.
Estás conectado con “aquello” que parecía lejano pero que ahora está en un diálogo íntimo contigo. Los colores se suavizan y los cambios son más lentos, el óvalo no existe y la bóveda celeste se expande, se mimetiza, la puedes tocar.
Al amanecer, el azul incrementa su intensidad al mismo tiempo que el interior nos envuelve en una calidez como si el sol entrara de a poco. Un despertar. El lugar se torna cada vez más blanco hasta que se llega al inevitable final, al origen. Es algo que toma tiempo entender, lo que viste, lo que sentiste; puedes encontrar un mensaje, sólo contemplar un fenómeno maravilloso o llevarte un gran aprendizaje. Dependerá de ti.
En la galería LAGO/ALGO la experiencia depende de muchos factores externos que no están controlados pero vale la pena esperar para sumergirse en los cambios de tonalidades que no parecen tener ni principio ni final. Sin duda somos afortunados de poder experimentar de primera mano las sensaciones que nos brindan las obras de James Turrell.
Son pasajes que nos transportan más allá de lo que conocemos y cambian la manera en que percibimos las cosas. Turell es un verdadero pionero de las experiencias inmersivas, un mago de la luz.