Una arquitectura libre. Orgánica, sin fronteras ni reglas. Igual un edificio de líneas rectas o una instalación con forma de dona. El jurado del Premio Pritzker de este 2019 premió a Arata Isozaki, el artista que “posee un profundo conocimiento de la historia y la teoría de la arquitectura, abrazando el avant -garde. Nunca replicó al status quo, pero su búsqueda por una arquitectura significativa se refleja en sus edificios, esos que hoy desafían las categorías estéticas, que evolucionan y que ofrecen un innovador enfoque”, ha dicho el jurado: Stephen Breyer como presidente, André Aranha Corrêa do Lago, Richard Rogers, Kazuyo Sejima, Benedetta Tagliabue, Ratan N. Tata, Wang Shu y Martha Thorne.
Isozaki nació en una isla de Japón, Oita, en 1931. Estudió en la Universidad de Tokio y al graduarse, con su propio despacho, supo bien fusionar la tradición japonesa con lo más avanzado en tecnología, agregando con el tiempo algo de sus estudios post-modernistas, lo que transformó su trabajo en verdaderos poemas geométricos, volumétricos y monumentales. “Fue uno de los primeros arquitectos japoneses en construir fuera de su país durante el tiempo en que la cultura occidental tradicionalmente influenciaba al oriente, haciendo de su arquitectura, influenciada ya por una visión global, verdaderamente internacional. En un mundo globalizado, la arquitectura necesita de este tipo de comunicación”, explicó el presidente del jurado sobre quien ya fue galardonado con homenajes y premios en el Royal Institute of Architects británico y en la American Academy. Actualmente Isozaki es profesor visitante en Harvard, Yale y Columbia.
“Sus edificios parecen geometrías simples, pero están incluidos en una teoría y un propósito”, explica el comunicado del premio. Su primer comisión internacional, El Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles, en Estados Unidos (1981-1986), reta a su propia geografía mediante un ensamblado de volúmenes. En su Ceramic Park Mino (1996-2002) situado en un valle japonés, aprovecha el contexto mediante terrazas. En Palau Sant Jordi (1983-1990) en Barcelona, para los Juegos Olímpicos de 1992, agregó técnicas de construcción catalanas, pero también un toque de cultura budista. “Isozaki es un pionero en la comprensión de que lo que se necesita en la arquitectura es una visión global y local, que con esas dos fuerzas se forma parte de un cambio”, eso también lo dijo el jurado.
Texto: Dolores Garnica
Fotos: cortesía de 2019 Pritzker Architecture Prize